El pasado sábado decidí ir a dar un paseo. Solo, sin más compañía que una cámara de fotos. No tenía a dónde ir, tampoco ninguna prisa.
La ciudad de Madrid es inabarcable, incluso para quienes han vivido allí toda su vida. No obstante, se me empezaba a hacer insoportable la idea de que tras tres meses en la capital de España no hubiera conseguido sacar tiempo para dar una vuelta por el barrio. Y eso hice.
Cualquier barrio de Madrid tiene más y mejores servicios que la mayoría de los municipios españoles. Y al mismo tiempo, son varios los distritos de esta ciudad a los que les vendría bien adquirir cierta conciencia de sí mismos, ya sea mediante festejos populares o asambleas de vecinos. Para articular una sociedad civil en condiciones hacen falta más Vallecas, Lavapiés u Hortalezas. Y menos ciudades-dormitorio descafeinadas en las que nadie conoce a nadie.
Y por otra parte, qué bueno sería que las ciudades de las provincias aspirasen a parecerse en algo Madrid. Bastaría con que intentaran ampliar su oferta cultural y de ocio. Una vez leí que en Rusia una discusión entre dos hombres sobre la filosofía de Kant acabó a tiros. La noticia, con el debido respeto para las víctimas, tuvo un punto tragicómico, del todo ausente en las intoxicaciones etílicas de cada fin de semana en cualquier pueblo.
Vaya, parece que me cundió bastante el paseo. Debería repetirlo más a menudo en mi nuevo destino.